Aquel día entraba a las 19:00, no me
tocaba ese turno pero un compañero me pidió un cambio y bueno, siempre que se puede intentamos ayudarnos entre
todos o por lo menos algunos de nosotros.
Serían las 19:15 cuando lo vi entrar,
llegaba alegre apestando un poco a cerveza, no dijo nada, se dirigió
directamente a la sala de espera y se sentó con el DNI en la
mano esperando su turno. Su comportamiento no paso desapercibido, mis
compañeros ya hablaban de él y se podían escuchar algunas risas.
Hacia tiempo que no llegaba alguien tan
peculiar a la comisaria, quitando a los vagabundos que cada noche nos
hacían su visita, pero aún así para mi Juan parecía otro de
tantos que venían a denunciar quizás el robo de su moto, de una
“pedrada” en el escaparate de su tienda o el intento de hurto en
su casa al ver forzada la cerradura... Esas suelen ser las denuncias
que tenemos aquí en la jefatura de policía de la calle Mandragora.
Mientras esperaba su turno permanecía
inmóvil, petrificado, con la mirada fija y su sonrisa mantenida,
aquella que tiene un padre primerizo que espera a ver a su hijo por
primera vez en el hospital ansiando el momento que la matrona le
conceda entrar en la habitación para conocer a su pequeño.
A las 19:34 ya en mi asiento, mientras
anotaba unos datos que deje ayer a la mitad, Juan me miraba esperando
que le permitiera sentarse para poder atenderle. Me daba lástima,
llevaba esperando un rato y en la sala de espera el aire
acondicionado hace tiempo que dejo de funcionar, le dije que podía
sentarse mientras terminaba de pasar mis anotaciones. No cambio el
rostro, se levantó rápidamente y con la mirada fija en mi fue
acercándose, llegando a su asiento aún con el DNI en la mano.
Inevitablemente sentía cierta tensión, un
hombre mirándote tan fijamente mientras haces tu trabajo te hace
estar un poco incómodo, aún así fueron mis compañeros los que me ponían más
nervioso, es verdad que se le notaba algo borracho pero no estaba
sordo, se había dado cuenta que estaba siendo motivo de burla de
algunos policías y eso no le gusta a nadie.
Cinco minutos más tarde por fin había
terminado, Juan no parecía importarle la espera. Pase la página
para tomar declaración y le pregunté qué había sucedido.
Sólo me dijo “Me llamo Juan, tengo 56 años y voy a cometer un asesinato...”
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